martes, 20 de agosto de 2013

2013. El año después de los Juegos.

Con mi llegada al aeropuerto de Barajas, en septiembre del año pasado, concluía mi ciclo paralímpico. Atrás dejaba mucho trabajo, mucho esfuerzo, muchas ilusiones cumplidas.

Recuerdo aún el gran recibimiento que nos brindaron cuando salíamos por la puerta para encontrarnos con nuestros familiares y amigos. Un impresionante despliegue de medios de comunicación, cámaras, música en directo con dj y un montón de gente con banderas, aplaudiendo mientras que avanzábamos por el pasillo que nos habían habilitado para la ocasión. Yo estaba deseando encontrarme con los míos y recuerdo que mi intención era pasar lo más desapercibido y perderme entre la multitud, pero no fue así. Mi gran amigo Alberto se empeñó en que le acompañase en aquel pasillo de la gloria que nos habían improvisado. Alberto, con su flagrante medalla de oro que le acreditaba como campeón paralímpico de Maratón.

Llenos de emoción y con una gran sonrisa, mi amigo Alberto empujaba su carrito de las maletas encabezando aquel desfile al tiempo que los focos de las cámaras de televisión le enfocaban. Yo intentaba ir justo detrás de él, enganchado a su hombro e intentando taparme, no quería quitarles protagonismo a los medallistas, pero mi amigo se empeñó en que fuese con él, haciendo, si cabe, aún mayor su grandeza y humildad.

Pronto escuché la voz de mis familiares y aprovechando que la mujer de mi otro gran amigo y campeón David Casinos venia justo al lado, cómo con un derrapaje de esos que hacen los ciclistas, cambié de hombro al de Celia y por uno de los laterales del pasillo me enganché al de mi mujer para salir de aquel pasillo y abrazar a mis seres queridos.

No pude quedarme en Madrid para las celebraciones que teníamos preparadas y las visitas a los distintos patrocinadores del equipo paralímpico pues me tenía que incorporar al nuevo curso en la Universidad de Toledo, que ya había empezado.

Otro reto, nada más bajarme del avión: estudiar la carrera de Fisioterapia en Toledo. Empezar de nuevo. Las calles de Toledo me esperaban. Mi nuevo reto. Una ciudad que no conocía. Tuve que aprenderme sus calles, las paradas de autobús, vivir en otra casa que no era la mía y enfrentarme a estudiar en una Universidad en la que nunca habían dado clase de fisioterapia a ningún ciego. Menos mal que contaba con la ayuda siempre inestimable de mi amiga Yolanda.

El primer cuatrimestre fue durísimo: entre golpes con los típicos coches que aparcan en la acera y la poca accesibilidad existente para el desarrollo de mis estudios, el resultado de mis esfuerzos por estudiar no dio sus frutos.

Pero amigos, siempre hay motivos para seguir adelante. Mucho y mal se habla de la juventud que nos rodea, pero no os equivoquéis, no es así. En clase encontré el apoyo de mis 80 compañeros, seguro que a más de uno le doblaba la edad. Gente tan joven y tan bien preparada. Me sorprendieron a los pocos días de mi llegada. Me ayudaban a llegar a las clases, cuándo me veían por aquellas calles de adoquines, dónde mi bastón se atranca con facilidad y apenas existen referencias para poder llegar a buen puerto, y si además le añadimos las lluvias y los charcos, la gimkana que tenía que hacer cada día era de aúpa, pero merecía la pena. Pronto empezaron a dejarme apuntes y a facilitarme las cosas. Gran sensibilidad la de mis compañeros que en muchas ocasiones me hizo emocionarme en mis ratos de soledad buscada.

También los profesores tuvieron que hacer un esfuerzo para adaptarse a la nueva situación y es algo de agradecer. Sin duda que hay mucho que mejorar entre todos, pero el camino ya se ha empezado.

El curso lo acabé muy satisfactoriamente y lo intenté compaginar además con mi preparación deportiva. En este sentido, ha sido un año de lesiones y aunque apenas he podido competir he intentado no perder la forma y la motivación.

Mi diario era el siguiente: me levantaba a las 6:30 de la mañana para poder estar en la universidad a las ocho. Las clases, por lo general, acababan a las tres de la tarde, hora a la que salía a toda prisa para coger el autobús e ir al gimnasio para entrenar un par de horas. Después volver a la universidad o a la biblioteca. Normalmente llegaba a casa sobre las nueve o diez de la noche, justo para cenar y ponerme de nuevo a estudiar. Cuando podía dormir cinco horas era un triunfo. Los fines de semana volvía a mi casa para estar con la familia y entrenar con mi guía Juanan.

Ha sido un año impresionante en todos los sentidos.

Ahora estoy metido de lleno en la preparación de mi primer maratón. Poco a poco he de hacerme a la distancia y volver a buscar mi máximo en unos años. El próximo día 17 de noviembre, si Dios, quiere haré mi debut en el Maratón de Valencia. Tomaré esta prueba con toda la prudencia que pueda y el respeto que me da, pero con la intención de conseguir una marca para que me inviten el año que viene a la Copa del Mundo de Maratón en Londres.

Muy difícil será este año compaginar entrenamientos y estudios pero es lo que hay…

Tengo nuevos guías y nuevas ilusiones y, lo más importante para la preparación deportiva, una nueva meta.