domingo, 2 de septiembre de 2012

Días en la Villa Olímpica (IV)

Con un frío invernal y con la emoción del desfile por el anillo olímpico, salimos embutidos en nuestro bonito traje de Emilio Tucci hacia el Estadio Olímpico. Tras un largo paseo de más de una hora por las calles de la villa y alrededores, fuimos desfilando entre los aplausos de la gente que nos esperaba en las calles. Los chicos del fútbol eran los encargados de entonar canciones populares al más puro estilo español para dar calor y empuje al grupo. El frio ya calaba hasta los huesos y eso que por dentro llevábamos camisetas térmicas. Poco a poco fuimos llegando al estadio y el murmullo del fondo crecía a cada paso que dábamos. Subimos una rampita, pasamos por una puerta y de repente... ¡Puf, impresionante! El estadio hasta arriba. ¡Madre mía! más de 80.000 gargantas animando sin parar. Gritos de júbilo y de ánimos para todos los que por allí pasábamos. ¡Increíble el estadio!, las dimensiones enormes, las gradas llenas y la calidad de la música, como dice un amigo mío, brutal. El dj, haciendo las delicias de todos los presentes, junto con el speaker ponían el estadio patas arriba. La iluminación debía ser espectacular, a juzgar por la calidez que sentía cada vez que pasaba cerca de uno de esos enormes focos.

Saludando a todos los que nos llamaban desde las gradas, fuimos cogiendo sitio y nos sentamos en primera fila, más o menos por el centro del estadio. De repente la selección Inglesa entró en el estadio cerrando el desfile y el ruido se hizo ensordecedor. Tremenda la afición al atletismo que hay aquí.

En cuanto a la ceremonia, simplemente espectacular. Nunca imaginé que unos Juegos Paralímpicos levantasen esta expectación. La pólvora secuencial al ritmo de la música, creo que solo se podía apreciar estando allí. A mí no me gusta la pólvora, pero disfruté como nunca. Creo que no seré consciente de todo lo que me está pasando y lo que estoy viviendo hasta que todo haya acabado.

Por lo demás, hemos estado yendo a entrenar a la pista de calentamiento que está justo al lado del estadio y que, como ya comenté, es idéntica a la de competición. Es impresionante ver que a las diez de la mañana el estadio está repleto de público y sentir como vibran con las competiciones es una de las cosas que más me impresionan. Desde fuera, que es dónde yo entreno, se oyen a la perfección los vítores de la gente, muchísimo más diría yo, que cuando meten un gol alguno de los grandes equipos de fútbol de nuestro país. Dudo que un Madrid-Barça levante tanta pasión.

En cuanto a la estancia en la villa sigue siendo magnífica. Poco a poco voy descubriendo con mi bastón nuevos rincones, al mismo tiempo que practico un poco el idioma, pues a cada paso me encuentro a alguien que me pregunta si necesito ayuda o si me acompaña a cualquier sitio. Da gusto pasear por aquí.

Hoy desayuné tempranito con mi amigo Alberto. Quedé con él para tomar café pues me había conseguido unos panes rellenos de chocolate que ponen en el comedor. Son como unas tostadas con chocolate incrustado, parecido a un trozo de pan duro con chocolate. Esto con un gran cappuccino, más dos vasos de fruta pelada me ha servido para comenzar el nuevo día.

Hoy el día se ha levantado espectacular, totalmente soleado y se nota que la temperatura es bastante más cálida. Unas series de 400 metros para dar un poco de chispa a las piernas y de vuelta a la villa. Sin duda, uno ya está cansado de tanto entreno de calidad y la verdad es que estoy que llegue ya la competición y descansar. Creo que el entrenamiento ya está hecho y más fino no se puede estar. Ahora hay que tener mucho cuidado, pues ya te duele todo, vas al límite, los entrenamientos son de mucha calidad, lo que prima es el ritmo muy alto en las series y es ahí dónde te puedes lesionar.

Hoy le toca a mi guía pasarlo mal y es que esto es que es así, va por barrios. Un día le toca a uno y otro día al otro. Lo importante es que el día de de la carrera estemos los dos a tope y disfrutemos de la competición.

Con este gran sol, no me quedaba más remedio que quedarme a comer en el chiringuito que hay justo enfrente del portal de mi edificio: dos bocadillos con bastante relleno, una coca-cola y un buen café expreso han hecho las delicias de mi paladar. Pero más bien ha sido el lugar dónde he comido, en uno de esos bancos con mesa que te puedes encontrar por la casa de campo o en cualquier otro parque. El sol me daba en la cara, pero resultaba agradable estar con la chaqueta puesta porque corría una brisa un tanto fresca, muy parecida a la brisa del otoño, lo justo para sentir ese frescor en la cara y que el sol no te aplatane. Una comida para recordar. Sensaciones a flor de piel que pienso alimentar cada día y así conservarlas para la eternidad.