viernes, 15 de abril de 2011

Mi sueño

Cuando se ahoga el corazón, cuando se encoje el alma y te oprime el pecho hasta hacer que tu respiración se entrecorte impidiendo la oxigenación total de las células de tu cuerpo y hace que te cueste cada vez mas el nuevo día, es el momento de sacar de dónde no hay. Ardua tarea la que se nos pone por delante, una más.

Mi sueño era correr el MARATÓN en la Paralimpiada de Londres 2012. He imaginado ese día muchas veces, me veía corriendo por las calles de Londres junto al gran Ciona. Ese día no me hubiese importado dejarme la vida tras cruzar la meta, fuese en el puesto que fuese, pero eso sí, dándolo todo hasta la extenuación. No va a poder ser, alguien ha decidido que los ciegos no podamos correr esa distancia en Londres. Tampoco podremos correr el diez mil. Yo tengo corazón de fondista y alma de maratón y esto ha supuesto para mí un gran disgusto, hasta el punto de acabar tres días en el hospital.

Tres días me he pasado haciéndome pruebas de corazón y todo tipo de analíticas. Fui a urgencias porque no me encontraba bien desde hacia tiempo y yo lo achacaba a un catarro muy fuerte que pasé y me dejó bastante hecho polvo. Allí expliqué que tenía como pesadez en el pecho y que seguramente estaba aún muy congestionado por el pasado virus. El problema fue cuando me hicieron una placa torácica y vieron el tamaño de mi corazón, después me hicieron un electro y vieron unas ondas raras…, siguieron con analítica y prueba de gases.

Cuando creí que me iban a dar los resultados me dicen que me ponen una vía y que me acueste en una cama que viene una ambulancia para trasladarme a un hospital mejor dotado. Les dije que tenía que ser un error y pedí que viniera el médico, que pasándome la mano por la espalda en señal de apoyo y con el fin de consolarme, me dijo que no preocupase pero que parecía que tenía un problemilla de corazón y que en esa clínica no tenían medias para hacerme más pruebas, pero en el otro hospital sí.

Yo me asusté un poco y entre que no lo entendía y demás, me vi en la ambulancia camino de un inesperado fin de semana a todo lujo…

Al llegar me dieron total prioridad, cosa que he de agradecer, y me pasaron a la cama uno del box. Me pusieron el monitor y empezaron a entrar un montón de médicos y enfermeros asustados por lo que veían en la pruebas. Les pregunté qué era lo que pasaba conmigo, qué les preocupaba. Como lo veía venir, les dije que era normal que mi pulso no llegara a 40 ppm y que tuviera un corazón grande porque soy corredor de fondo y es mi profesión, también les dije que venía de entrenar 21 kilómetros, a 120 pulsaciones en carrera, como dando un paseo por el campo. Les comenté, con todos mis respetos, que creía que se estaban confundiendo… y me dicen qué si quiero un Orfidal, ¡pero si estoy tranquilo, es que no ven mi pulso!

Al cabo de unas horas, por fin dejaron entrar a mi mujer a verme y ella, entre lágrimas fue quien me dijo que tendría que quedarme al menos seis horas más porque me querían repetir la analítica. Le dije que no se preocupara que estaba perfectamente y que me trajera un bocadillo de calamares porque eran las doce de la noche y estaba muerto, pero de hambre. No pudo ser el bocadillo y me arrearon una pera de agua y unas galletas, todo rodeado de cables y oxígeno.

Al final, me ingresaron y he pasado un “finde” de lo más rico: cama gratis, habitación super amplia, buena compañía y, por supuesto, una dieta sin sal de mil quinientas calorías. El baño era muy práctico, pero en mi caso daba igual porque no podía moverme de la cama y estaba asistido para todos mis menesteres, aunque para los de gran alcance negué en redondo. Gustaban de asearme en el mismo lecho dónde dormía y también comía. Durante toda mi estancia fui obsequiado por unos buenos pinchazos en la tripa para los evitar coágulos y analíticas cada seis horas, sin olvidarnos de mi hermosa vía que no servía para nada pues si me sacaban sangre me pinchaban en otro sitio porque decían que si no los resultados se falseaban. En fin, como pude fui ingeniándomelas para primero ser abastecido por los amigos y familiares de buen llantar, que me traían a escondidas y segundo escapándome al baño para asearme en algunas ocasiones, no sin que dudasen de tal comportamiento mis familiares que ya no se creían que estaba bien. Me cansé de decirles a todos los enfermeros qué estaba bien, qué si no veían que mi pulso no pasaba de 44 y qué. No había manera, era un protocolo que tenían que seguir.

Con el ansia de que llegase el lunes y de que viniera un cardiólogo que entendiese algo más me desayuné ese día con otro electro.

De repente el doctor se da a conocer y empieza la consulta en la habitación, repasando todas las pruebas y constantes que había tenido en esos tres días. Ni que decir tiene que eran todas casi iguales. Aquel hombre empieza a pasar hojas y a decir que no entiende nada y que esto y lo otro…., relataba en voz baja.

“Anda muchacho quítate el oxígeno y levántate”. ¡Aleluya! “Te vamos a hacer un ecocardiograma, aunque no sé para qué y la prueba de esfuerzo, ya veremos”.

Entretanto me llegan unos informes de mis últimas pruebas de esfuerzo, las que hice en la Universidad de Castilla-La Mancha y en el Centro de Medicina Deportiva de la Diputación de Toledo. Cuando las vio creo que pensó aquello de ¡tierra trágame! Yo insistí en que me hicieran al menos la ecocardio, creo que me lo había ganado. Todo bien, todo perfecto, de alta y a comerme unos torrecnillos, una de patatas alioli y una coca cola, lo mínimo que me merecía, tanto yo como mis familiares, después de un fin de semana encamado en el hospital.

A pesar de todo, me gustaría dar las gracias a todo el personal por sus magnificas atenciones y su saber hacer y esto no lo digo de broma, son profesionales y cumplen a raja tabla el protocolo. Si por desgracia pasan ustedes por mi bella ciudad y sufren de un episodio cardíaco, sepan que están en buenas manos, lo único que yo era un caso algo peculiar.

Bueno, ahora a superar mi disgusto y a reciclarme para el cinco mil de Londres, pero antes… aún no he dicho mi última palabra en maratón.