lunes, 12 de diciembre de 2011

¡Mañana corro!

Este fue mi último pensamiento antes de que el sueño hiciese presa en mí. Seguro que se dibujó una sonrisa en mi rostro y eso hizo que durmiese con la tranquilidad y el deseo de recibir al nuevo día con la ilusión con la que lo hacen los niños el Día de Reyes.

Después de muchos meses sin correr en el exterior, de repente, aparece mi buen amigo Juan Antonio y se ofrece para llevarme al Trofeo Akiles, en Madrid.

De nuevo la rutina de la competición. ¡Qué agradable sensación! Empezamos con la típica cena de pasta para que no nos falten hidratos y la acompañamos con una buena cervecita, para relajar tensiones, al tiempo que dejamos que el lúpulo nos vaya “despertando” las ganas de dormir. Como goloso soy un rato, algo de chocolate y una infusioncita para la digestión.

Cuando me quiero dar cuenta estoy con los preparativos de la mochila. La falta de costumbre hace que las cosas no salgan de forma automática y me lleve algo más de tiempo.

La noche lluviosa da paso a una mañana espectacular. Apenas hay niebla, no llueve y el intenso frío de los días anteriores parece que se ha apaciguado dejando una mañana ideal para correr. El viaje hasta Madrid transcurre entre bromas y los chistes de mi amigo que, aunque malos, nos sirven para ir tranquilos.

La Casa de Campo nos recibe con un chorreo incesante de corredores en busca de su dorsal, la acumulación de gente intentando recoger el dorsal supuso un retraso de treinta minutos. Y como no hay mal que por bien no venga, el retraso a nosotros nos vino bien para calentar algo más y charlar con algunos amigos que nos fuimos encontrando. Una amiga que nos acompañaba decidió correr la carrera de 5 km, mientras que nosotros corrimos la de 10km.

Me lo pasé bomba. Nada más empezar nos encontramos con el Cerro de Garabitas y sus cuestas que hicieron que las aglomeraciones de la salida dejaran paso a hileras de corredores luchando por llegar a la cima. Poco a poco fuimos avanzando entre frenazos inesperados, pues la gente al principio no se da cuenta de que soy ciego y se paran de repente o se cruzan sin mala intención. Al fin coronamos y el descenso es de armas tomar: muy resbaladizo para el tándem que formamos. Bajamos rápido, con precaución, pero sin soltar demasiado la zancada por si las moscas. Recuperamos bastante de lo perdido en la salida y tenemos la intención de correr más cuando el piso esté firme. A falta de 4 km se me desatan los cordones de la zapatilla izquierda y eso me impide correr más rápido en los últimos kilómetros, sobre todo en el último en el que lo suelo dar todo.

Aún así, disfruté muchísimo, corrimos bien y volví a compartir con mi amigo un montón de vivencias que siempre nos quedarán como un tesoro guardadas en el corazón. ¡Qué suerte tengo de estar rodeado de gente así!