sábado, 5 de febrero de 2011

Mundial de Nueva Zelanda (III) - Amanece en Christchurch


Son las cinco de la mañana y hay que ir a desayunar pues nuestra adaptación ha de ser así, no olvidemos que competimos a las nueve de la mañana  y al cuerpo hay que acostúmbralo antes, si es que hay alguien que lo pueda acostumbrar en estas circunstancias de tantas horas de diferencia.

¡Qué bueno el desayuno! Cereales de esos que aquí no ves, típicos americanos  y grandotes, yogur algo ácido y lleno de frutas del bosque que con miel está buenísimo. Un buen plato sopero de cereales y otro de frutas ya preparadas, con melón, sandía y una excelente piña natural. Para beber, el típico zumo de naranja y café americano, es decir agua manchada,  pero calentita. Por supuesto yo no puedo desayunar sin mis tostadas con su oro líquido, en esta ocasión me llevé botellitas de aceite de Córdoba, ¡ahí es ná! Ese aceite y mi vinagre de Jerez, que también me llevé hasta allí, no faltó en ninguna de mis ensaladas.

Antes de coger el autobús hacia las pistas para el entrenamiento, nos tomamos el cafetito de rigor en un bar al lado del hotel. El precio, 4 dólares, un pelín caro, pero el que es muy cafetero…

El autobús circula despacio y va parando en todos los hoteles para recoger a los atletas de todos los países. Es curioso, pero al principio del campeonato todos nos observamos y mantenemos las distancias para no dar pistas, nos saludamos cordialmente  pero no conversamos más allá de un qué tal.

Llegamos al estadio y se empieza a oler a campeonato. En el ambiente hay algo especial, la tensión se  percibe  por todos los recovecos de las instalaciones.

Tenemos dos pistas, una de calentamiento y otra de competición, separadas por apenas cien metros. Junto a la pista de calentamiento han colocado, a modo de boxes de Formula 1, unas carpas dónde cada país tiene instalado su equipo: sus bebidas, las camillas de los fisios y todo lo necesario para nuestros cuidados. En esas carpas también nos cambiamos y salimos justo a pie de pista a calentar.

La pista de calentamiento es como una alfombra, mullidita quizás en exceso  y el cambio a la de competir es muy brusco ya que es mucho más dura. Algunos, como Gustavo y mi guía, pueden dar fe de ello con las lesiones que se produjeron. Gustavo se rompió cuando iba primero en el 10.000 y mi guía ya os contaré más adelante.

En fin, pronto me cruzo con alguno de mis rivales entrenando y empiezo a valorar, sin querer, su estado de forma y el de sus guías. Todos están muy finos,  pero nosotros también.

Acabamos el rodaje y aunque estamos cojos hacemos unas rectas rapidillas para que no se diga.

Al terminar el entrenamiento, nuestra sorpresa es que el complejo deportivo tiene turbina de frio y jacuzzi. Y allá vamos, a meter las piernas a menos diez grados para recuperar. 

La rutina se repite esta primera semana hasta el comienzo del campeonato.